La filosofía del coworking está vinculada a las tendencias colaborativas, que parecen augurar un nuevo modelo de sociedad. Sin embargo, en esta sociedad colaborativa hay muchas capas, muchos matices y aspectos sobre los que pudimos profundizar gracias a las aportaciones de Albert Cañigueral (fundador de Consumo Colaborativo y conector de OuiShare), Libby Garret (consultora de empresas orientada a la innovación) e Ignasi Alcalde (consultor docente en Universitat Oberta de Catalunya), en una mesa redonda moderada por el periodista Marcus Hust (Yorokobu)
La primera pregunta cuando hablamos de este nuevo paradigma de sociedad, que conlleva un comportamiento, es hasta qué punto podemos ser “colaborativos” como consumidores, ¿es realmente posible llevar una vida colaborativa? Albert Cañigueral, una de las voces expertas en este ámbito afirmaba que, hoy por hoy, aún es complicado. Si bien los modelos de consumo colaborativo permiten ahorrar dinero, también es cierto que suponen una mayor inversión de tiempo, bien “escaso” en nuestra sociedad . Prueba de ello es que en cualquier intercambio o trueque, un tipo de acuerdo frecuente en este modelo de consumo, se habla con personas, no con compañías, estableciéndose así una comunicación no estandarizada que exige más tiempo. Además, los procesos para consumir en este tipo de opciones, al no basarse en una adquisición inmediata como la compra tradicional, son más largos.
El impacto de la tecnología en el desarrollo de este modelo es innegable, un aspecto que apuntó Libby Garret. El entorno 2.0 y los avances tecnológicos han cambiado nuestra forma de relacionarnos con el mundo: establecemos relaciones colectivas, y la movilidad, gracias a la proliferación de dispositivos portátiles, ha influido en que las líneas entre los distintos ámbitos de nuestras vidas se afinen hasta casi diluirse, como ocurre cada vez con más frecuencia con la vida personal y la profesional. Este cambio estructural, fruto del paso de una sociedad basada en el modelo industrial a una sociedad “conectada”, implica un cambio más profundo, al hacer del conocimiento el mayor activo.
Metodologías que fomentan la innovación
Pero la colaboración no es un fenómeno completamente aislado de los actores sociales que conocemos: de hecho, según Ignasi Alcalde, puede trasladarse a la empresa tradicional, siendo una herramienta muy útil para innovar a través del diseño de procesos más efectivos y con menos costes. De ahí que cada vez más empresas dirijan su mirada a los centros de coworking, en los que la flexibilidad y la interacción entre los miembros enriquecen la experiencia de trabajo de los profesionales, generando dinámicas más productivas y que podrían tener cabida también en las grandes corporaciones. La aparición de nuevas metodologías está directamente relacionada con la existencia de dos inteligencias “sociales”; la inteligencia colectiva (personas aportan conocimiento pero sin interacción) y la inteligencia colaborativa (en las que el área de conocimiento se amplía mediante el aprendizaje, por un lado, y las experiencias de los demás, por otro, lo que posibilita innovar).
El entorno actual, cambiante, podría generar dinámicas que eviten el estancamiento del talento: muchos profesionales se dan cuenta de que no encajan en una “job description” específica, por lo que optan por crear y definir su perfil de una forma más innovadora. Así, ciertas profesiones parecen estar abocadas a extinguirse, mientras otras surgen con fuerza, como es el caso del community manager, de importancia creciente dado el desarrollo de las redes sociales, o del content curator, imprescindible ante el exceso de información que nos llega para filtrar y agrupar los contenidos, según un criterio experto en una determinada área de conocimiento, y evitar la desinformación.
Aprendiendo a colaborar para crear conocimiento
Aparte de esta conciencia laboral, existen iniciativas vinculadas a fomentar el consumo colaborativo desde una perspectiva “práctica”. Este es el caso de OuiShare, una comunidad de gente apasionada por la economía colaborativa en todas sus vertientes, no sólo en cuanto a consumo sino también en relación a la producción, las finanzas o incluso el conocimiento. Empezando por la “ciudad”, ámbito desde el que trabajan (y no desde países) amplían y mejoran el conocimiento, que después se puede extrapolar a todo el mundo. El modelo de organización de la iniciativa es desestructurado, compartiendo las mejores prácticas en distintas redes sociales como Facebook, y foros, tanto físicos como virtuales.
Sería lógico pensar que esta fórmula exige un compromiso y entraña un comportamiento con el que hay que ser coherente. En realidad, para los defensores de este modelo y según señaló Albert Cañigueral, su popularización no exige la desaparición de otras opciones, simplemente las amplía. Seguramente las posibilidades de viajar sean mucho mayores a través del intercambio, y nos permitirán conocer gente, pero en determinadas ocasiones preferiremos optar por un hotel para así tener más intimidad. No estamos ante opciones excluyentes ni manifestaciones radicales, tan sólo se desea fomentar el espíritu colaborativo a través de empresas que permitan ahorrar dinero de una forma sencilla, y nos brinden un valor añadido, vinculado a las relaciones sociales. El enfoque a la hora de atraer a participantes es eminentemente práctico, y no ideológico, una perspectiva mucho más atrayente que caer en dogmas.
La adopción de estos nuevos modelos, además de nuevas experiencias de consumo, fomenta la creación de conocimiento, y es ahí donde, según Ignasi Alcalde, está el valor de este tipo de iniciativas. La mera información no tiene valor, lo que sí es valioso es el conocimiento; esa información segmentada, hecha propia y puesta en práctica. Es ese conocimiento lo que permite innovar. No obstante, no todo el mundo puede entrar en las estructuras horizontales creadoras de conocimiento: para poder hacerlo tenemos que aportar valor al grupo, lo que exige una simetría de expectativas (persecución de objetivos comunes) y una asimetría del conocimiento (diversidad de áreas de conocimiento).
La confianza: un valor al alza en la sociedad colaborativa
En todos los fenómenos sociales relacionadas con la colaboración, hay un componente que no puede faltar: la confianza. Para fomentarla debemos gestionar adecuadamente nuestra identidad digital: nuestro histórico de acciones en una determinada red de colaboración contribuirá a hacernos más o menos confiables en una primera etapa. En ese sentido la reputación resulta clave para inspirar esa confianza.
Una reputación ligada a la transparencia que el mundo conectado nos exige, y que hace de la confianza y el prestigio (intangibles) elementos más importantes que el dinero (material), lo que implica un giro de 180 grados respecto a la mentalidad más tradicional y cerrada.
El cambio hacia esta nueva mentalidad está siendo lento, dada la fuerza de nuestros referentes y el hecho de que la educación haya estado ligada al consumo. Sin embargo, podemos afirmar que en este ámbito se están produciendo también cambios gracias a las redes sociales y a la web. Vivimos en un entorno de abundancia cognitiva; si quieres aprender a tocar la guitarra, sólo tienes que acudir a Youtube para encontrar a alguien que ha dejado un vídeo explicando cómo hacerlo sólo por el placer de ayudar. Un dato anecdótico que bien pensado, supone un cambio drástico a nivel formativo.
Es lógico pensar que, de aquí en adelante, las empresas valoren más a los candidatos por lo que sean capaz de aprender, y cómo lo adapten al entorno digital, que por un título académico. La formación informal y el aprendizaje desde la experiencia gana fuerza a pasos agigantados, y augura un cambio de mentalidad también en el ámbito de la educación y la formación, en el que la colaboración es ya una realidad.
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